jueves, 12 de octubre de 2017

Periódico.

Puedo recordar la primera vez que te vi. 
Tú detuviste tu paso y yo también me detuve un poco. Desde entonces tu mirada tiene ese prodigioso efecto de ralentar el tiempo, de detener el mundo. 

Puedo recordar el momento justo de nuestro primer beso: el ambiente, el ruido, el clima y el sabor de tus labios. Tu aroma y todos los aromas del mundo en aquel rincón en el que nos encontramos. 
Lo que no puedo recordar ahora es qué fue lo que nos llevó ahí (aquí), en qué punto decidimos entrar en el mundo del otro, clavarnos con alfileres la idea del 2 es igual a 1 más 1. 
¿Cómo fue que entraste en mi vida? ¿Por qué decidiste partir? 
Ninguna voz viene a responder desde el abismo al que llamo por tu nombre. Creo que voy a llevarte por siempre en la piel, en el hueso, en el seso...
Calas. Todavía dueles un poco, aunque el amor mío se encarga de poner miel en la herida, te siento como una espina que se ha quedado dentro y camina entre mi carne  por el puro impulso de mi sangre corriendo. 
Hoy he tenido que abrir la herida y sacarte de raíz, a pesar de que -antes intruso- ya por tiempo formabas parte de mi, ahora tengo que acostumbrarme a estar sin el amor de ti. Como un manco que añora su mano y a veces aún le siente. Como un hijo que llora a su madre y a veces aún le ve. Como un iluso que ha perdido el amor y aún le escribe. 

 A veces mi casa parece una sombra, un hueco, hay espacios que se van sintiendo fríos, marchitos. Hay veces que no quiero volver. Que siento...