jueves, 5 de septiembre de 2019

Laboratorio de ósculos

En mis romances más intensos, no sé bien cómo ni por qué, aprendí a besar de otras maneras (primero, descubrí cómo besar con las manos, luego, cómo besar con la mirada, y aunque aún no me lo creo del todo, más recientemente aprendí a besar con el alma).
El primer-último beso que me robaron fue bailando, y así bailando dí mis últimos besos.
Cómo entre tanto va uno sembrándose en cada labio, cómo van quemando una a una cada mordida...
Cuando analizo un poco más a fondo, puedo saber que cada roce va potenciando los sentidos, girando el caleidoscopio y liberando más mariposas,  hay personas con las que rocé los labios, y hay otras toqué su alma.
Cada beso, dicen, activa 61 músculos distintos, intercambia bacterias potenciando nuestro sistema inmune, generando endorfinas, quemando 12 calorías...
Cada beso, digo yo, inicia el fuego en el que se queman miedos e inseguridades, activa más neuronas espejo, nos vuelve más empáticos, nos marca el ritmo único que armoniza el latir de dos pulsos.
Cada beso es una danza de dos cuerpos con un código específico de movimientos, con un lenguaje único cada vez.
Cada beso es un cerillo que se enciende en la penumbra del abismo.

 A veces mi casa parece una sombra, un hueco, hay espacios que se van sintiendo fríos, marchitos. Hay veces que no quiero volver. Que siento...