Caes, como la noche sobre la acera
y me sorprendes.
me sorprende el tiempo pausado, que parecía que seguían nuestros brazos tibios de la última vez.
Y no.
Había pasado tanto...
Como vendaval, como torbellino me atrapas de un salto
Y me traes a tierra con el abrazo más grande del mundo.
Tú, la torre más alta de cualquier palacio, tú, abrazando a este ser diminuto.
Dándome en ese abrazo todos los códigos del universo.
Arropándome la tristeza con el aroma que tanto guardé en mis manos.
Sembrando y haciendo brotar,
rompiéndome el hielo sobre la piel,
recordándome el calorcito de sentirse tan añorada, tan acompañada, tan amada.
y yo apenas viendo tu ser, tu perfil marmoleado y sereno,
me has esperado como niño a la navidad,
y estás.
Estás, como yo, genuinamente feliz de encontrarnos.
Hablamos de rizos y de lo largo de nuestro cabello...
pero si miras nuestros ojos se están hablando de otra cosa,
de otras formas, de lo largo de las ausencias, de nuestras soledades.
Y yo te digo, que mientras exista jamás estarán solas nuestras soledades.
Y tú dices algo sobre no escuchar bien el menú...
Poco a poco voy recordando lo maravilloso que era saltar entre meteoros
y universos mientras discutimos sobre arquitectura y plantas y gatos gordos.
Y todo va tomando sentido.
Caminamos, voy reconociendo los terrenos conquistados,
esos lugares que eran de nadie y reclamamos nuestros.
Dejamos todo atrás,
sabemos,
nos reconocemos.
Mirarte a ti es mirar de frente al universo.
Es verme sin reconocerme. Es un espejo de dos caras. yo te veo en mí. te reconozco en mí.
Y aunque callamos, no hay silencio, y no tenemos miedo de caer, porque nos sostenemos.
Qué arma poderosa es el amor.
Qué formas tan hermosas de encontrarnos.
Qué bonita tu forma de curarme tan solo diciéndome "te quiero".