miércoles, 19 de junio de 2019

Hoy me duelen demasiadas cosas: me duele relajar la espalda, dejar caer los omoplatos, bajar las clavículas; me duele sostener el brazo izquierdo, me duele sostenerme, me duele sostenerme firme, en pie...
Me duele sentirme abatida, me duele el silencio, me duele el canto de los grillos, me duele ver luciérnagas y no tener eso que me hacía atraparlas; me duele el tiempo tan lento, el tiempo entre las manecillas, la ausencia entre las manecillas, el silencio, el vacío, la soledad entre las manecillas.

Me angustia. Me agobia el sentir todo tan lleno de nada, todo tan calmo esperando a que yo haga algo, a que yo lo llene. Me angustia no llenarlo, me da miedo llenarlo de cosas que no estén bien: atesorar baratijas, arrinconar fracasos y tener la casa llena y las manos vacías.
Me he mirado ahora, que tengo la casa, las manos, el alma vacías. 
El miedo está aquí, conmigo. Carcomiendo la madera de mis muebles, jalando los hilos de mi suéter, llenando los rayos de luz de fragmentos de versos, de puntos suspensivos, de copos de desesperanza.

Me duelen las manos de ausencia.
Me duele el pecho de llanto, de desesperación, de impaciencia.
Me duelen los ojos de tanto vacío, de tanto eco, de tanta falta.

En esta casa en donde me duelen tantas cosas tengo ahora que remendar mis versos, que remojar mis labios y limpiar poco a poquito el miedo, poco a poquito el llanto y dejar que las manecillas retomen su pulso, que el viento se cuele por las ventanas y remueva un poco el polvo que ha caído sobre mis brazos, y otro poco el pánico que se ha estancado sobre mis hombros.

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