martes, 26 de junio de 2012

Estaba sentada en una mesa con dos azucareros, dos saleros, una vela y una taza de chocolate caliente, llovía, gritaban las gotas su muerte en el domo del tragaluz en el techo.
En el aire había calor, de ese aroma dulce y fresco del calor; amigos platicando, y mi taza humeando, mis sillas llenas de mí.
Despertó por completo mi cuerpo, la taza con su espuma, su aroma y su color me seducía, qué deleite cuando mis labios tocaron la cerámica blanca y tibia, y se inundó mi boca con la suavidad de la espuma, que llegó hasta mis lágrimas con su seda efímera...
Y el aroma subió de la taza a mis sentidos y cerré los ojos y sorbo a sorbo terminé con el placer líquido que calentó mis manos y mi alma.  Y mis ganas de compartir con las demás personas el gran tesoro de mi libro de poesías.
Tomé valor y después de escuchar hablar y reír, también tomé la palabra y caminé hacia la mesa con el micrófono, y sentí como Ramón Ramón poseía mi cuerpo y hablaba por mí, mas luego fui yo, era yo leyendo a mis confidentes poetas del libro de sonetos, y luego los aplausos y luego nada, un vacío lleno de mí, de María convertida en versos. María bebiendo a María convertida en chocolate, era todo mío, cada instante era para mi alma, y lo tomé, lo sorbí lentamente, y cerré los ojos y entoné el punto final.

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 A veces mi casa parece una sombra, un hueco, hay espacios que se van sintiendo fríos, marchitos. Hay veces que no quiero volver. Que siento...