viernes, 19 de julio de 2019

No quisiera despertarme el día de mañana y darme cuenta de que dejé de ver tus ojos por voltear hacia un pasado que no era más que dolor. Mírame, mírame todo lo que quieras, este silencio es tuyo y todos los que quieras, también todas las palabras y las miradas y tus manos que tocan mis manos como mariposas. No quiero dejar pasar un minuto más sin que lo sepas: me gustas.    


Me gusta tu risa para acompañar mis tonterías, me gusta tu voz para platicar todas las noches, todas las tardes y esos momentos a las dos de la mañana. Me gustan tus ojos para perderme en ellos. Tu boca me gusta para leer, para gritar, para besar, para librar todas las guerras. Me gusta tu forma de ver la vida, tu soledad y tu libertad para acompañarlas, para aprender de ti, para debatir sobre las formas y los menúes, sobre la muerte, sobre el nombre de las cosas, sobre los helados.


 Esta es probablemente la peor declaración, la peor sentencia: me gustan tus manos para asirme a ellas, para anclarme cuando naufragio, para volar cuando caminemos por la calle de todas las ciudades del mundo. 


Te quiero como para aprenderme tu nombre con todas sus letras, como para aprenderme tu sabor favorito y cómo te gusta el café. 
Y tal vez mañana, cuando me despierte, me dé cuenta de que los amaneceres son menos fríos desde que sentí lo helados que están siempre tus dedos y me de cuenta, como hoy, todas esas veces que te dejé ir y que debí tomar un poco de valor y besarte.  


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